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miércoles, 20 de febrero de 2013

EL RESUCITADO.

Hoy me encontré en el metro con un compañero del colegio que me habían dicho que había fallecido. Al verlo me he llevado una gran alegría, pero he preferido no decirle nada y hacerme el despistado, me he sentado en el único asiento libre de todo el vagón y me he escondido entre la muchedumbre.
No he actuado así por antipatía, el problema ha sido que lo primero que me ha venido a la mente era decirle que tenía que estar muerto, que qué coño hacía vivo. Conociéndome se lo hubiera dicho.
Sentado en el vagón lo he mirado de reojo para asegurarme de que era él, y efectivamente era el muerto resucitado. A través del reflejo de la ventana he comprobado todos sus rasgos físicos y era el fallecido, no cabía duda. También él a escudriñado mi aspecto, nos hemos cruzado la mirada a través del maldito reflejo del cristal pero tampoco se ha dirigido a mi. He pensado que quizás él también pensaba que yo había muerto.
Al verlo he tenido un viaje plagado de recuerdos de infancia, maravillosas aventuras y desventuras. Amores frustrados y primeros reveses de la vida.
He recordado, por ejemplo, mi primer viaje al centro de Valencia, desde mi San Isidro natal hasta la plaza del Ayuntamiento.  Aquel viaje acabó en un atraco en la calle Ribera, junto a los cines que entonces estaban allí. Un compañero y yo teníamos que hacer un trabajo para el cole, no recuerdo muy bien de lo que era, pero recuerdo hablar con una señora que estaba en la taquilla del cine. Al alejarnos dos chicos algo más mayores que nosotros, nos pidieron amablemente que le diéramos todo nuestro dinero. Nosotros les imploramos que nos dejaran por lo menos un mínimo de dinero para volver a coger el autobús hasta casa, y supongo que así sería ya que volvimos en el número 72 de la EMT hasta la protección del hogar.  Mi amigo y yo no hablamos de lo sucedido en todo el viaje. Ni tal siquiera cruzamos mirada alguna.
Cuando llegué a casa mi madre estaba convaleciente de una operación bastante importante y tenía que estar en cama.  Entré a la habitación para darle un beso, como solía hacer siempre, y me preguntó que me pasaba... acto seguido toda la rabia contenida explotó en forma de soponcio descomunal. A mi madre le preguntaba por qué nos habían quitado dinero a nosotros, que tampoco teníamos, por qué existían niños tan malos. Mi madre, la pobre, ante la impotencia de no poder ir a machacar a los villanos también explotó a llorar.
Todavía hoy, aunque parezca mentira, cada vez que paso por la calle Ribera, cierto repelús recorre mi cuerpo.  No me debieron quitar mucho dinero, nunca llevaba mucho dinero. Posiblemente esos malhechores, que quizás ahora sean políticos, tuvieran más dinero que yo. Quizás no, seguro.
He recordado los partidos de fútbol con naranjas verdes en el patio de mi colegio, el gran Nicolau Primitiu. Ese cole donde decían que los miércoles por la tarde noche, se aparecía el fantasma de Don Amador, mítico director de mi colegio. Todavía perdura la leyenda urbana, alimentada por los ex-alumnos treintañeros deseosos de volver a corretear por los pasillos del cole en busca de pistas sobre sus apariciones.
 He recordado a mi primera novia y como el fallecido resucitado me la levantó. Que cabrón. La recuerdo como se recuerda a las primeras novias, con una cara preciosa iluminada siempre por el sol, angelical, inocente y acompañada de alguna balada cursi al estilo de las escenas de la serie "Aquellos maravillosos años" esa serie que hacían los martes por la noche en la 2. Bueno entonces la llamábamos la segunda. Lo de la 2 es más moderno.
He recordado los primeros besos escondidos en algún solar que ya no existe, acurrucado y acaramelado con la que se dejara. Que más daba que no fuera guapa, además las guapas se las llevaba el fallecido resucitado. Si, otra vez el muy cabrón.
Al final cada uno hizo su camino. Me alegra ver que esta vivo. Cuando me enteré de su supuesta muerte también murió parte de mi vida que hoy también ha resucitado.
Otro día si lo veo en el metro, superada la impresión de ver un muerto, prometo que le saludaré. Si voy solo, si voy con mi novia me callaré... ya sabéis, el muy cabrón.

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