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martes, 11 de noviembre de 2014

LA ENTREVISTA DE TRABAJO.

Me senté delante de aquella hermosa mesa de despacho de madera noble, color nogal y enorme que presidía la sala de juntas.
Delante mío un sillón gigantesco de cuero negro solemnemente vacío.
La puerta de la sala se abrió a cámara lenta, un chirriar impropio de tanta solemnidad hizo bajar a lo terrenal a toda aquella parafernalia.
Delante mía desfilaba un señor de pelo cano y cejas pobladas del mismo color, ojos claros y gesto serio. Se sentó frente a mi, separados por la descrita mesa y sonrió levemente para de nuevo volver a tomar una actitud altiva.
Con voz trémula y tono arreglo y concordante con los castigos que sometí a mis cuerdas vocales  durante años por la graduación de las bebidas ingeridas y la pureza del tabaco fumado, únicamente alcancé a decir algo parecido a unos buenos días inaudibles a la distancia que mi futuro interlocutor se encontraba.
Sonreí forzadamente, si bien una cicatriz en mi mejilla derecha provocada por un mal entendido con un sufrido trabajador de la  noche que no comprendió que quisiera entrar vestido informal, con zapatillas y algo bebido a un local de gente bien de Valencia, provocaba que mi sonrisa provocara una mueca espantosa en mi rostro que asustaba al mas pintado.
El señor de pelo cano cogió un papel que tenía delante suya, creí distinguir que era mi currículum, llegué a esa conclusión por el escaso volumen de texto que el trasluz me dejaba distinguir.
Dos vistazos al papel y de soslayo uno a mi, posteriormente  dos vistazos a mí y de soslayo uno al papel.