Todos los días y a la misma hora nos citábamos en aquel punto de la frontera. Era unos pocos metros sin muro físico que nos permitía darnos la mano si bien, aquel sencillo gesto, era lo más parecido a jugar a la ruleta rusa ya que nos podían ver los cientos de vigías que observaban a los ciudadanos de ambos lados que transitábamos por la zona.