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lunes, 12 de mayo de 2014

MI LIBERTAD

Centenares, miles de palabras salieron de mi boca, sin sentido y sin orden.
Hirientes, asquerosas y dañinas.
Lo siento te dije después, pero ya era tarde. Eran muchos perdones, eran muchos ataques.
No era la primera vez que  lo hacia, pero si fue la primera en la que cuando te pedí perdón, cerraste los ojos, respiraste profundamente y me lo negaste.
Subiste al caballo de la valentía, ese que tantas veces te negué que tuvieras. Subiste y al galope saliste de mi vida. No quisiste mirar atrás, quizás por miedo a que el trote de la reflexión te invitara a volver a mi lado. No paraste de espolearlo fuerte, no paraste de azotarle  hasta tener la certeza de que ya no estabas cerca.
Cuando cerraste la puerta se quedo el silencio.

LA CARTA

  

Todos los días te llamaba a la misma hora y al tercer timbre descolgabas  -Dígame, ¿diga? ¿Quién es? - yo callaba, tan sólo escuchaba tu melosa voz contestar intrigada, con  timbre temeroso e indeciso... pero precioso.
No todas las noches descolgabas el teléfono, sabías que era yo y sentía tu miedo. Lo entiendo, no te guardo rencor. Yo hubiera hecho igual que tú.
            Por las mañanas compartíamos viaje en tren, cerca de media hora juntos, en el de  las ocho y media de la mañana.  Me sentaba cerca de ti, pero lo suficientemente lejos para que no sospecharas que camuflado tras mis gafas de sol escudriñaba cada parte de tu rostro, tus profundos ojos verdes, tu nariz perfecta y tus carnosos labios.