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martes, 11 de febrero de 2014

LA FRONTERA


 
Todos los días y a la misma hora nos citábamos en aquel punto de la frontera.  Era unos pocos metros sin muro físico que nos permitía darnos la mano si bien,  aquel sencillo gesto, era lo más parecido a jugar a la ruleta rusa ya que nos podían ver los cientos de vigías que observaban a los ciudadanos de ambos lados que transitábamos por la zona.
Allí, en aquel punto de la maldita frontera disponíamos de diez metros para pasear hacia el norte y al acabarlos podíamos volver sobre nuestros pasos hacía el sur. Aquel corto viaje lo hacíamos todas las mañanas unas decenas de veces.
Una mañana, harto de no poder fundir nuestros cuerpos y entregarnos al amor, propuse un juego. Cerraríamos los ojos y al contar hasta tres nos dejaríamos llevar por nuestros deseos, sin importarnos las consecuencias.
Conté lentamente - Y uno Y dos Y tres - y di un salto para pasar al otro lado pero ella ya no estaba. La busqué por todos lados y al darme la vuelta estaba en mi lado de la frontera. Volví a cruzar pero entonces ella pensó lo mismo y retorno a su sitio, los silbatos sonaron y se oyeron disparos. Una ráfaga me de metralleta nos cruzó, volví a cerrar los ojos y me dejé llevar, me dirigía hacía su lado hasta que oí un grito ensordecedor. Le habían disparado. La sangre salía por su abdomen y un pequeño hilo de sangre le apareció por la comisura de los labios, supe que se ahogaba.
Salté, y al fin la pude abrazar y besar, otra ráfaga más y un fuerte ardor en mi espalda. No sentí dolor, solo sentí que al fin la tenía entre mis brazos y la besaba.

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