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lunes, 12 de mayo de 2014

MI LIBERTAD

Centenares, miles de palabras salieron de mi boca, sin sentido y sin orden.
Hirientes, asquerosas y dañinas.
Lo siento te dije después, pero ya era tarde. Eran muchos perdones, eran muchos ataques.
No era la primera vez que  lo hacia, pero si fue la primera en la que cuando te pedí perdón, cerraste los ojos, respiraste profundamente y me lo negaste.
Subiste al caballo de la valentía, ese que tantas veces te negué que tuvieras. Subiste y al galope saliste de mi vida. No quisiste mirar atrás, quizás por miedo a que el trote de la reflexión te invitara a volver a mi lado. No paraste de espolearlo fuerte, no paraste de azotarle  hasta tener la certeza de que ya no estabas cerca.
Cuando cerraste la puerta se quedo el silencio.
Solo, me sentí solo, petrificado... pequeño y acobardado. Mísero. Despreciable.
Fui al lavabo, me miré al espejo, vomite del asco.  Me lavé la cara volví a mirar al espejo y de un puñetazo quise romper la cara de ese monstruo que vi reflejado.
Sangre. Salía sangre a borbotones de mis maltrechos nudillos, caían en la pila y quedé ensimismado viendo como el agua se la llevaba, viendo como mi sangre se iba por el lavabo... como mi vida.
Bebí como tantas otras veces. Bebí mucho, como siempre.
Lloré. Como buen hombre valiente, llore a escondidas. Borracho, arrodillado, temblando de vergüenza, semidesnudo y acurrucado en una esquina de nuestra habitación,  aquella en donde alguna vez fuimos felices, allí en donde pensábamos en nuestros sueños, en nuestro futuro, en nosotros.
En esa habitación compartimos el amor y te regalé tus peores sufrimientos, tus mayores humillaciones y tus profundas heridas que quise curar con sal, para que tus lamentos fueran más altos, tus lloros más fuertes y tus plegarias más sentidas.
Me odio y no me perdonaré jamás el haberte perdido.
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Cerré los ojos, conté hasta cinco para tener la certeza de hacer lo adecuado.  Con el penúltimo puta que salió de tu boca cerré la puerta de casa. Con el último puta que oí de tu boca, me subí al ascensor y baje hasta el zaguán. Abrí la puerta y salí a la calle.  Ya no oí más tus insultos, aunque estoy segura que los seguías pronunciando.
Noté la brisa vespertina sobre mi cara, haciendo danzar mis cabellos.  Sentí que me abrazaba y me llamaba para ir a su seno.
Comencé a caminar hacía el mar,  para sentir en cada inspiración su olor a salitre y ver en el horizonte la libertad que retomaba, esa que tú me estabas arrebatando, esa libertad que es mía y sólo mía.
Muchos años de castigos, muchas heridas curadas en soledad, muchos lamentos escondidos... muchos lloros ahogados en la vergüenza, muchos gritos en silencio.
Te imaginé borracho y  llorando.  Arrepentido y acobardado. Sentí lástima por tí, pero no quise caer en el error de la compasión de nuevo.  No era la primera vez que me suplicabas perdón.  Ya no te creía.
Cerré los ojos de nuevo... volví a contar hasta cinco... escuche la melódica sinfonia  de las olas rompiendo contra el espigon.  Abrí los ojos, inspiré profundamente, llené mis pulmones de esperanza... espire... empecé a romper las cadenas que nos unían.
Decidí romper con el pasado... decidí ser LIBRE al fin.
Sin darme cuenta estaba corriendo por el paseo, de nuevo la brisa me abrazaba y se llevaba las lágrimas que deslizaban por mis mejillas.
Corría sin dirección definida pero con rumbo claro...rumbo a mi futuro, rumbo, al fín y de una vez por todas a mi libertad.



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