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martes, 17 de junio de 2014

EL VIAJE

La ventanilla bajada y la mano fuera para hacer bien el gárrulo, puro estilo anuncio de BMW pero en mi Renault 5 turbo de coleccionista de antigüedades. 
Estrujo el acelerador con furia, tengo claro el destino... estrellarme.
Enciendo un cigarrillo mientras piso el acelerador a fondo, el motor ruge, la mano izquierda sigue fuera del vehículo, el encendedor en la derecha, ¿qué quién conduce? El azar, aunque al azar le ayuda un aire lateral racheado que empuja mi coche contra la cuneta, recupero el control después de encender el cigarrillo, fumar puede matar y de muchas maneras.
En esos cinco segundos que he tardado en la operación, el copiloto azar ha optado por dejarme vivir un poco más para alcanzar mi objetivo, estrellarme... ¿contra qué me quiero estrellar? Contra el horizonte.
Esto revierte un problema, nunca lo alcanzo. Llevo gastado un dineral en intentar chocar contra él. Entre intento e intento hago pausas de semanas o meses en puntos intermedios a mi destino. Algún trabajillo, alguna borrachera, algún polvo (nunca algún amor) y marcho tal marinero cualquiera.
Así, de puerto en puerto, paso mi travesía. Estas intermitencias en la búsqueda de mi objetivo final consiguen, algunas veces, hacerme dudar. Descubro un lugar hermoso que me retiene allí algún tiempo más del previsto. Suele ser un paraje combinado con una canción, salpicado con un olor especial y una paleta de colores singular. Un juego de verdes en un valle en primavera o de ocres en otoño. Pero entre las primaveras y  los otoños, están los inviernos y los veranos que odio y que me animan en seguir con mi plan suicida.
Suicida pero cobarde, insisto que lo fácil es estrellar el coche contra un muro. Más fácil sería pegarme un tiro. Todavía más saltar por un puente... un, dos, tres... plas. Finito.
Entonces mientras escribo estas líneas en mi mente, que cuando aparque trasladaré al papel, para que lo puedas leer, me he dado cuenta que no quiero estrellar mi coche contra el horizonte. He caído en la cuenta que prefiero vomitar letras sobre vírgenes folios, siempre a mano y a mala letra, e ir escondiéndolos en sitios que visite. Como este que te has encontrado cagando en el área de servicio de esta autopista y que debes leer con cara de estupefacción impresionado con mi sensibilidad artística o, lo que viene a ser lo mismo, pensando que soy un gilipollas con mucho tiempo libre. Sólo decirte, nuevo amigo lector, que ambas cosas son compatibles.

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